miércoles, 19 de octubre de 2011

Cambios

Alberto Henríquez un buen día despertó consciente de que era hora de realizar un cambio radical en su vida. A las nueve de la mañana de ese Sábado revelador tuvo desocupado su armario y todo la ropa dentro de grandes bolsas de basura. Dos horas más tarde había vaciado su cuarto, primero desarmando la cama y luego los muebles procurando tirar el contenido de los veladores y otros objetos pequeños dentro de bolsas similares a las que ocupó con su ropa. Tardó unos minutos en dejar la cama y los muebles (a saber: dos veladores, una cómoda y un ropero mediano) en la vereda frente a su casa. Pasadas un par de hora completó el proceso de desocupación con el living, la cocina, el comedor e incluso el baño. Los objetos acumulados en la acera de enfrente iban desde la ropa y pequeños cachivaches tales como recortes de diario, libros de cocina, figuras de yeso, ampolletas, fotocopias, lápices, dos controles remotos (los respectivos televisores también estaban allí), unas cuantas novelas, una cantidad imprecisa de cedés y devedés, cuatro pendrives, papel confort, jabones y útiles de aseo, etc., a un refrigerador de dos puertas, cuatro repisas, un equipo de sonido, dos notebooks y un PC de escritorio, una máquina de spinning, un sofá y dos sillones, una mesa con cuatro sillas (herencia de sus padres), un asiento de baño, lavamos, lavaplatos, entre otras cosas presentes en una hogar. Con la casa vacía, él en medio de el eco de sus pasos se dio cuenta que estaba vestido y era indispensable para la transformación completa de su vida desechar todo lo viejo. Después de tirar esas viejas prendas a la calle se sentó en el piso que sintió un poco frío. Un repentino cansancio lo abatió dejándolo inconsciente casi de inmediato. Al despertar, al cabo de unas horas que sintió como si fueran minutos, pensó que era víctima de un robo pero en seguida recordó todo lo que había hecho. Intentando recuperar el sentido común y, de paso, sus cosas miró por la ventaba sólo para descubrir que ya no quedaba nada. Resignado recordaba como tiraba sus llaves dentro de una bolsa plástica y en otra depositaba su billetera con la identificación y tarjetas de crédito. Después de reírse y llorar se dijo a lo hecho pecho. Salió, cerró la puerta que no podría abrir más y caminó con la esperanza que alguien le pasara un par de pilchas para taparse, le ofreciera un hogar y si era posible una cédula de identidad.



-----------------------------------------------------------


Información adicional: Ejercicio sólo para distraerme. Aburrido, la historia ni la idea me gustaron.

No hay comentarios: